El impacto social de los cambios económicos: la historia de los Murray


Los Murray eran una familia de campesinos pobres que vivió en Inglaterra, en una época de importantes cambios políticos, económicos y sociales, que los afectaron profundamente y transformaron su forma de vida. Residían en el sur del condado de Warwick (en el centro de Inglaterra) y eran descendientes de varias generaciones de campesinos. Cerca de la aldea en la que residían se encontraban las parcelas de campo abiertas, que eran comunales y trabajadas colectivamente. Sus vidas cambiaron por completo hacia el 1700, cuando el Parlamento inglés votó las leyes de cercamiento. Tuvieron que trasladarse a una ciudad y emplearse como obreros de la creciente industria. Conozcamos a los Murray, quienes tuvieron que atravesar estas circunstancias.




De campesinos a obreros




Primera escena
La familia Murray se dirige a la ciudad en busca de trabajo. Avanzan por un camino de tierra y charlan entre ellos.
–Cuando yo era chico, todo el condado de Warwick estaba cubierto de terrenos abiertos –dice Murray padre–. En estos terrenos que hoy vemos divididos y cercados y que tenemos que abandonar, trabajaron mis padres, mis abuelos y los padres de mis abuelos.
–Sí –confirma la esposa–. Y todos pudieron alimentar a sus familias y a sus animales.
–¿Y trabajaban el terreno como lo hicimos nosotros hasta ahora? –pregunta uno de los hijos.
–Sí, se ponían de acuerdo con los vecinos para dividir la tierra en tres parcelas y cultivarlas. Cuando yo tenía tu edad –continúa el padre–, durante el invierno cultivábamos trigo y cebada. Luego, al llegar la primavera, en otra parcela cultivábamos avena o centeno. Una tercera parcela la dejábamos sin cultivar para que la tierra se recuperara. Después, cuando fui más grande, ya no dejamos descansar la tierra en barbecho y comenzamos a utilizar otros cultivos, como los nabos, las papas y los forrajes para alimentar el ganado. Estos cultivos no nos agotaban la tierra.
–Pero papá, ¿por qué tenemos que irnos y dejar todo?
–Porque, como ves, el campo ya no está abierto para que lo trabajemos nosotros. El gobierno impuso que se cercaran los terrenos y los que no poseemos dinero tenemos que irnos, hijo. El gobierno y los terratenientes dicen que con estos cercamientos unen las tierras dispersas y van a poder aumentar la producción de alimentos, pero para nosotros significa la expulsión. Nuestra única salida es vender los animales y trasladarnos. Hasta nos quieren asustar diciendo que las ovejas que eran dóciles ahora se transformaron en fieras que se comen y tragan hombres.
–Estoy muy triste por esto, me gusta levantarme al alba, darles de comer a los animales, ayudarte con las tareas y poder correr por el campo. ¿Adónde vamos?
–Vamos hacia el norte, a la ciudad, donde nos den trabajo.
–Y… ¿viviremos mejor que aquí?
–Ya veremos, hijo.



Segunda escena
Los Murray, ya instalados en la ciudad de Nuneaton (al norte del condado de Warwick), charlan con otros obreros y obreras a la salida de su trabajo en una fábrica textil.
–Estoy agotada –dice la madre Murray–. Trabajamos más de catorce horas sin descanso. Y mañana y pasado y pasado será lo mismo.
–¡Qué diferente era nuestra vida en Warwick, cuando podíamos descansar porque el trabajo del campo lo permitía! –se lamenta el padre–. Ahora, con lo poco que nos pagan, tenemos que trabajar todo el día y toda la semana.
–Sí. Además, allá –comenta otra obrera– podíamos complementar nuestros ingresos, hilando y tejiendo para los comerciantes que nos encargaban el trabajo.
–Y trabajábamos a nuestro ritmo, no como en la fábrica, en la que el trabajo es interminable y estamos controlados todo el tiempo por el capataz. En el campo teníamos libertad y vivíamos en contacto con la naturaleza, con aire puro… Aquí, en esta ciudad, estamos todos en una habitación, tenemos poca agua y nos rodea la suciedad de las calles.
–Y por si fuera poco –añade otro compañero– los propietarios nos cobran unos alquileres muy altos.
–Encerrados en esta fábrica, no vemos nunca la luz del sol. Aquí no hay ventanas para tener un poco de aire ni nos dejan refrescarnos con agua. ¡Con el calor que dan las máquinas! ¡No nos dejan ni silbar! –comenta Murray padre.
–Me contó Sarah, mi amiga de la escuela –dice una de las chicas Murray–, que ella trabaja en una mina. Entra a las cuatro de la mañana y sale a las cinco y media de la tarde. Pobre, vive en la oscuridad. No le gusta estar en el pozo de la mina. Está contenta cuando vamos a la escuela, los domingos, porque nos enseñan a leer y a rezar. Prefiere estar en la escuela que en la mina. Y yo también prefiero estar en la escuela que en la fábrica.
–¡Pobre Sarah! –comenta la madre–. Seguro que es mejor estar en la escuela. Y no tendría que ir sólo los domingos, como también lo hacen ustedes, sino todos los días de la semana, en vez de trabajar. Pero, por ahora, no tenemos más remedio que trabajar todos, porque no nos alcanza para vivir. Las cosas tendrían que cambiar. Algún día lograremos vivir mejor.



Tercera escena
Un matrimonio charla en su casa a la hora del té. El padre de familia es dueño de una fábrica textil.
–¿Cómo te fue en la fábrica John? –pregunta la esposa.
–Bien, en general. Pero tuve que imponer multas disciplinarias para algunos que iban más lento de lo que debían. Les recordé que ellos no eran dueños de nada, que tenían que cumplir el horario, porque todo en la fábrica, desde los ladrillos del edificio hasta las máquinas, es de mi propiedad. Se quejan de que su trabajo es rutinario y no entienden que es así como se puede hacer producir bien a la fábrica.
–¿Cómo es que aumenta la producción? –quiere saber la mujer.
–Por ejemplo, he visto una pequeña fábrica que no empleaba más de diez obreros, donde algunos de ellos tenían a su cargo dos o tres operaciones. Estas diez personas podían hacer cada día más de 48.000 alfileres, es decir, 4.800 alfileres por persona. En cambio, si cada uno hubiera trabajado por separado y en forma independiente, es seguro que no hubiera podido hacer ni veinte, o tal vez, ni un solo alfiler en un día. O sea que así se ahorra tiempo y se aumenta la producción. ¡Imagínate cuánto mejor si cada obrero tuviera a su cargo una sola operación!

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